Desencuentro

Despertar

Después de un largo dormir, el despertar fue abrupto. Repentino. Poético.
Abrió los ojos y entre el sueño y la vigilia el mundo tomó forma. Otra forma, una que no había visto porque sus ojos siempre miraron lo mismo.
De repente, como un rayo solitario en un cielo claro, vio toda su vida. Su infancia, su adolescencia, su presente. Siempre la misma idea, siempre el mismo temor: ser notada, sobresalir. Y cada vez que algo, un mínimo destello, una pequeña señal indicara que la mirada del otro se posaba en ella, en su cuerpo, en sus actos, abandonaba todo y corría por refugio.
Claro, no se trataba de la realidad pues nadie la miraba, por lo menos no de la forma en la que ella suponía. Era ella la mirada, eran sus ojos los que buscaban esa confirmación una y otra vez.
Ahora, con ese despertar había otra forma. Recordó sus sueños de infancia: ser importante, sobresalir, cambiar el mundo. Recordó también sus clases de música, las felicitaciones, los conciertos, y cómo de repente todo eso perdía sentido, dejaba de interesarle. Claro, sobresalía.
Siempre sintió un exceso en su cuerpo, lo femenino de su forma la inquietaba profundamente. Los hombres la miraron desde temprana edad, y lidiar con esa mirada y excitación era difícil. Fue más fácil esconderse en ropa holgada, masculina, o vestirse con envolturas de alfajores de chocolate, engordando, ocultando.
Nunca supo bien cómo relacionarse con los hombres, menos aún con las mujeres. Los hombres le parecían fáciles de leer, no proponían sorpresa. Las mujeres, en cambio, le generaban un cierto rechazo, porque eran absolutamente impredecibles, sin medida, sin límite. La propia mujer en ella era un problema, y por eso se disfrazaba de hombre, o de mujer, de revolucionaria, de luchadora, de cualquier cosa que sirviera para ocultar esa extraña fragilidad que no sabía cómo manejar.
Despertó, y no podría volver a dormir, por lo menos no ese sueño de independencia y feminismo mentiroso. Justamente descubrió, al abrir los ojos, que no bastaba la forma femenina para saber qué hacer con ese cuerpo femenino. Y que todo el sueño que soñó antes, era de ella, y no de otro.

Judith and Holopherne. Gustav Klimt. 1901

Día del padre

Los días festivos suelen ser días extraños para mí. No sé bien cómo otros han de vivirlos, puedo suponer, pero las suposiciones no llevan nunca a un buen lugar. En todo caso he de relatar mi experiencia, aquello único de lo que puedo dar testimonio.
Los días festivos son un día más, tal vez con algunas imposiciones inevitables. Puede que el feriado impida llevar a cabo algunas de las actividades que hago normalmente. Pero la festividad en sí no implica más que una fecha en rojo en el almanaque.
Hoy justo es el día del padre, y veo fotografías, dedicatorias y frases célebres sobre padres vivos y muertos. Lo miro desde afuera y como muchas otras cosas, no puedo verlo de otra manera.
He creído siempre que al elegir ser huérfano corría con una ventaja que otros no tienen y es la que implica descubrir que un buen padre, es un padre muerto. Ahora bien, debo explicar esa frase porque cualquier tonto creería que hay que matar al padre para vivir. Y sí, algo de eso hay, hay que matarlo pero de otra forma. Hay que entender que falla.
La cuestión es que hoy es el día del padre y veo a muchos que a pesar de su edad, siguen siendo hijos. Y a veces eso de seguir siendo hijos les impide convertirse ellos mismos en padres.
No me gusta la exhibición de los afectos en la actualidad, fuera en la virtualidad, en las paredes, o en los famosos candados que compulsivamente ponen en un puente en París.
Alguien me dijo que el amor consiste justamente en exhibirlo públicamente; no coincido para nada. Creo que alguien que necesita decirlo y exhibirlo ante los demás no se lo está diciendo a quien debe. Y la tontería de los candados y las redes sociales están para eso, para tratar de sostener a fuerza de repetición que hay donde no hay.
Vuelvo al día del padre: fotos, mensajes, insistencia. Debo decir que no me parece mal que se celebre el día, al tipo, al de carne y hueso, pero creo que en esta época todo se ha ido al demonio –por suerte para mí– y sólo se trata de justificar el consumo (“hay que comprarle un regalo a papá.”)
El día del padre es el día de eso que falla. El hombre de carne y hueso que se convierte en padre está condenado de antemano a fallar en su función, porque es necesario que falle. Claro que hubo superhombres que tuvieron hijos… y les destrozaron la vida. Busquen, que los hay.
No importa si cree estar preparado, si le enseñaron, nada lo prepara para eso. Y es ahí, justo ahí, en ese borde filoso donde se juega todo: acceder a ese acto o huir de él.
El padre es otra cosa, el padre se construye y se destruye… y también está el pobre hombre que lo encarna.
Por mi parte, seguiré en la lucha eterna con mi padre, él ha fallado, y me ha fallado… No sé qué es peor, si su amor o su desprecio.
Siempre he creído que el verdadero hijo es aquel que no sigue a su padre, y así seguiré. Aunque debo reconocer que siempre, en el fondo, espero que Él me acepte.

Lucifer Liege, Luc Viatour

La noche de San Juan

El día caluroso había terminado y abrió paso a la tan esperada noche.
Hacía semanas que Morena y yo esperábamos la noche de San Juan.
En el barrio la gente se reunía en las esquinas y las puertas de las casas quedaban abiertas, el festejo entre amigos y conocidos se expandía a transeúntes inadvertidos y vendedores de paso.
Me preparé y salí de casa con mi ropa más linda, esa noche iba a saber por fin quién sería el amor de mi vida. Le preguntaría a las velas, al agua, a San Juan.
De la esquina de casa pasé corriendo a la casa de Morena, que estaba a pocos metros. Ella también se había preparado, hablamos, nos reímos. Estábamos muy exaltadas. Era la primera vez que reconocíamos, una frente a la otra, que el amor nos preocupaba, que queríamos saber quién nos amaría.
En la esquina comenzaron a quemar leña, y las rondas de gentes comenzaban a formarse. Algunos preparaban brasas para caminar sobre ellas, otros armaban el Toro Candil.
En la casa de Morena no quedó nadie, sus padres salieron a saludar a los vecinos y su hermano menor se fue con ellos. Así que ese era nuestro momento. Solas, en la casa, tendríamos la privacidad que queríamos.
Preparé un fuentón de agua, mientras Morena fue a buscar las velas. Lo colocamos todo en la cocina. Apagamos las luces y fuimos de a una. Esperamos a oír las doce en el reloj y comenzamos.
Primero fue Morena, sostuvo la vela encendida sobre el agua y dejó caer las gotas de cera que comenzaron a tomar forma y a girar. Al principio no entendimos bien qué se formaba, pero después las gotas de cera formaron una M gigante. La emoción nos invadió, ¿será la M de Mariano, el de la casa de material? A Morena le gustaba, y la idea de que San Juan le dijera eso le gustaba más.
Luego fui yo y sostuve la vela sobre el agua, pero las gotas caían y se hundían. No había caso, no flotaban, se hundían todas. Probamos cambiando el agua, pero las gotas hicieron lo mismo y se resistieron. No formaban letras. Se estancaban, y después se hundían. Mi decepción fue enorme. Por lo visto no me iba a ir bien en el amor. Morena me dijo que no hiciera caso, que era una pavada, pero a ella le brillaban los ojos pensando en esa letra M.
Pensé, luego, hacer la otra prueba, la del espejo. Morena me dijo que no la hiciera, que le daba miedo. Insistí. Con la sola luz de las velas iluminé el espejo del pasillo y miré mi imagen un rato. No pasó nada. San Juan no estaba interesado en anunciarme nada con respecto al amor.
Mi decepción volvió a ser enorme. Ordenamos todos los utensilios, yo sin demasiadas ganas y Morena con entusiasmo, y salimos de la casa. En la puerta me encontré con uno de mis amigos, que me andaba buscando, me dio un abrazo y fuimos a ver el Toro Candil. Morena fue corriendo a buscar a Mariano.
San Juan no me dijo nada, tal vez porque hay cosas que no se pueden saber.

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Godfried Schalcken -Young Girl with a Candle-

La playa

Estuvieron a mi lado en una playa, fue imposible no advertir su presencia. Era una pareja de jóvenes, estaban de vacaciones, de viaje, de paseo… no lo sé.
Dormían plácidamente recostados sobre la arena.
Los observé, con curiosidad y cierta envidia: eran jóvenes, descansaban; la carne no les imponía los límites y la fragilidad que tiene. Estaban en ese momento exacto que muchos creen que es la felicidad máxima: la juventud.
Después de un largo dormir despertaron y, al salir poco a poco de la somnolencia, volvieron a desaparecer.
No oyeron el mar, ni el viento, ni la sal en el aire. No vieron el azul del cielo, ni las olas que siempre llaman como las sirenas. Sólo contemplaron la imagen que les devolvió un espejo tecnológico. Imagen que podían mejorar una y otra vez, y que los llenaba de éxtasis cual niños.
De repente, la risa de una niña rompió el aire, y me recordó que yo también había sido capturada por una pantalla.
Abandoné todo y fui a jugar junto con ella y las olas.

Dos mundos

Dos mundos